Nos parece interesante comentar un reciente artículo
del economista Agustín Etchebarne (*), donde se sostiene que la calidad de las
instituciones de un país determina el nivel de desarrollo que logran. En
efecto, cuando una comunidad posee un sector público bien ordenado y estable,
al margen de la orientación política de los gobiernos respectivos, se facilita
un crecimiento económico sostenido, y el mejoramiento constante de todos los
sectores de la sociedad que ven satisfechas sus necesidades.
Creemos que esta tesis está suficientemente probada
por un análisis comparativo del conjunto de naciones, y compartimos la
preocupación por el paulatino deterioro de las instituciones argentinas; la
actual polémica sobre la Corte Suprema de Justicia constituye un botón de
muestra de la decadencia y el desorden que aqueja a las tres ramas del gobierno.
Lo que nos causa asombro es que el autor citado haga
hincapié en un aspecto que habría influido decisivamente en el proceso de
deterioro:
“Pero las instituciones comenzaron a deteriorarse de
manera un tanto temprana. Tal vez, todo empezó con la reforma en la educación
de Ramos Mejía, que sustituyó la pedagogía de “educar al soberano” en sus
derechos por la de educar al habitante sobre la soberanía nacional y la
argentinidad. Esto permitió ir mitigando las ideas de la libertad.”
Ramos Mejía, presidió el Consejo Nacional de
Educación, en 1908, siendo presidente de la República José Figueroa Alcorta,
que no pertenecía por cierto a un partido popular y, además, integraba una
logia. Sin embargo, Ramos Mejía, consideró que las escuelas no cumplían su
misión de forjar generaciones de argentinos que garantizasen la grandeza y el
progreso nacional, y diseñó un programa para revertir la situación. Su enfoque
coincidía con las conclusiones de Ricardo Rojas, en el informe que presentó al
gobierno, que sería conocido luego como “la restauración nacionalista”. En
vísperas del primer centenario de la revolución de Mayo, Ramos Mejía postulaba
que la escuela debía promover la formación de una comunidad unificada mediante
sentimientos patrios, para moldear a las generaciones futuras.
Estimamos que, lejos de ser cuestionable dicho enfoque, hoy resulta nuevamente apremiante su implementación. Baste recordar el dictamen de la Academia Nacional de la Historia, del que reproducimos un párrafo:
“corresponde señalar la
gravitación que el conocimiento de la historia posee para la formación de los
educandos, quienes requieren conceptos claros y precisos que les permitan
afianzar su identidad como argentinos, como integrantes de una región, de un
continente y de un planeta cada vez más interrelacionado: en suma, como seres
humanos a quienes no puede resultarles ajenos los grandes procesos históricos
que perfilaron la sociedad en que viven”.
(*)
“La calidad de las instituciones determina el nivel de los países”; Libertad y
Progreso, 31-5-2022.